miércoles, 14 de noviembre de 2012

Animales Salvajes

Animales Salvajes

Aquí os dejo un pequeño texto. A mí me parece una paranoia, pero me gusta mucho. A ver qué os parece!

Animales Salvajes

Estaba sentada en el escritorio, con la cabeza apoyada en las manos y con los ojos cerrados. Llevaba así más de media hora, y mientras la miraba me preguntaba porqué no se había ido a dormir a la cama, ya que delante suyo no había nada más que un ordenador apagado. Lo cierto es que no quería despertarla, pero era evidente que no debería quedarme más tiempo mirando embobada como le se iba enrojeciendo la mejilla y como, poco a poco, su cabeza iba resbalando. Finalmente me decidí a despertarla, pero antes de que llegara a tocarla, se le cayó la cabeza y despertó, desorientada. Me vio a su lado y comprendí que pensaba que había sido yo.
Era una chica muy extraña, debo admitirlo. La conozco desde siempre, hemos estado juntas desde el principio de todo. Sí, somos gemelas. Pero no por eso dejo de sorprenderme cada día con lo rara que es. A veces me gustaría zambullirme en el interior de su cabeza y observar que es lo que ocurre allí adentro. Levanto la vista y la miro a los ojos. Son marrones, como los míos, de hecho, son una copia calcada de los míos. Me está mirando fijamente, como si el bicho raro fuera yo. Le devuelvo la mirada con toda la intensidad que soy capaz, pero como de costumbre me gana a ese juego. Solo que esta vez es diferente. Esta vez su mirada tiene un matiz distinto, como de odio, de ira. Me asusta.
Nunca me había pasado. Si bien me ha parecido siempre una chica excéntrica, nunca me había dado miedo. Siempre ha tenido una mirada muy intensa, siempre me ha mirado inquisitivamente, como si yo tuviera algún secreto que no le haya contado, que lo había. Pero esta vez me estaba mirando como si yo tuviera la culpa de todo lo que ha pasado en este mundo, como si mereciera el desprecio de todo lo que pudiera estar vivo. Como si yo fuera un monstruo de lo que habría que deshacerse. Me asusto y aparto la mirada, un signo de evidente debilidad que, sin duda alguna, si se le había ido definitivamente la olla, ella usaría en mi contra.
Intento volver a mirarla, pero me doy cuenta de que me he quedado paralizada hasta el punto de que no soy capaz ni siquiera de parpadear. Me pican los ojos y me duele la espalda por la forzada posición en que me he quedado. Comienzo a temer de veras que está pasando algo raro, algo que sobrepasa mi capacidad de comprensión, algo que debo temer, y mucho. Se me encoje el corazón cuando ella se levanta y me mira directamente a los ojos desde arriba, ya que yo aún estoy inclinada. Sé que se me nota el miedo en los ojos, lo noto, y sé que ella lo ha notado.
Algo aflora en mi interior, algo que me transmite paz, tranquilidad y serenidad. Lo acepto con los brazos abiertos. Tengo la sensación de que es algo que me va a ayudar a que mi hermana no me mate en pleno estado de locura. Lo sé. Me noto mucho más segura ahora. Pero, al mismo tiempo noto que lo que sea que se haya apoderado de ella, es muchísimo más poderoso de lo que yo hubiera llegado a imaginar. El miedo se vuelve a apoderar de mí. Me siento como si estuviera mirando a la cara a un animal salvaje dispuesto a arrancarme la cabeza de cuajo a la primera oportunidad. Miro a la copia exacta de mí, la que tengo delante como si se tratara de un espejo y me da un escalofrío. Algo se ha desatado dentro de ella, pero a diferencia del poder que yo soy capaz de sentir, el suyo es maligno, frío y peligroso.
Se me ponen los pelos de punta. Sé que debo actuar, pero al mismo tiempo tengo miedo de que esa fiera me ataque si me muevo. Tomo la decisión precipitadamente, y apenas tengo tiempo de ver otra vez sus penetrantes ojos antes de que los míos se cierren.
Ya no estoy. Estoy en otro lugar, no sé como he llegado ni como volver a donde estaba. Es como si estuviera demasiado sola. Tengo miedo, mucho más que antes, tengo miedo de lo que pueda pasar. Y al mismo tiempo tengo miedo de que no pase nada. Entonces algo cambia y vuelvo a desvanecerme.
Me despierto de golpe. Me he quedado dormida encima de mi escritorio. Me giro y veo a mi hermana, a mi lado, como si estuviera a punto de despertarme. Es muy sencilla, la pobre. La miro, preguntándome que piensa hacer ahora, y entonces, una fuerza mucho mayor se apodera de mí. Me entran unas ganas tremendas de arrancarle la cabeza de cuajo, como un animal salvaje y enfurecido. Pero no me decido a hacer nada. Sé que tiene miedo. Yo he pasado por lo mismo. Pero ella no lo sabe. Sé que si se mueve me precipitaré encima de ella. Y sé que se moverá.
Andrea Dana Klein

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